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¿Se puede amaestrar una pulga?




En los tiempos en los que las pulgas eran inquilinos omnipresentes en los hogares, algunas personas encontraron en estos parásitos una fuente de ingresos, explotándolos en los circos de pulgas.

Hasta hace sólo un par de décadas, era frecuente encontrar en las verbenas y ferias una atracción en la que las pulgas hacían los ejercicios y las acrobacias más esperpénticas: saltar, tirar de carritos, mover norias, disparar cañones...

Los asistentes a estos espectáculos quedaban boquiabiertos ante la destreza e inteligencia de aquellas motas de color pardo.

Pero, ¿cómo es posible amaestrar una pulga? La especie más utilizada por los domadores, por llamarlos de alguna forma, era la diminuta pulga común o humana, la Pulex irritans, con una longitud que no sobrepasa los 4 milímetros. la Pulex suele parasitar en el hombre,- se instala en la piel y, con ayuda de su potente mandíbula, hunde su cabeza en la epidermis, para chupar la sangre-.

 
 
Para domar a criaturas tan minúsculas, los cuidadores tenían que armarse de paciencia. En primer lugar, las pulgas debían perder la costumbre de desplazarse a saltos. Para ello, se las introducía en unas cajitas anchas con techos muy bajos. Allí, impulsadas por su instinto natural, seguían brincando, hasta deslomarse o acabar agotadas.

Concluida la primera fase del adiestramiento, los domadores las ataban con finos hilos a carritos, norias y otros objetos de papel. Durante el espectáculo, las pulgas, al intentar huir, arrastraban la carga, disparaban diminutos cañones o saltaba desde un trampolín a una piscina -un vaso de agua-.

Acabada la función, el domador colocaba a las obedientes fieras en su brazo para que chuparan sangre y recobrasen las fuerzas.

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